sábado, 3 de octubre de 2015

Eterna Roma

El derecho romano, fuente de nuestra civilización, aunque también tenía sus crueles recovecos para los menos poderosos, que quedaban expuestos al capricho de quien les denunciara.

MÍO
Foto propia
Le denuncié por robo. Bien sabía yo que no podría ofrecerme restitución, que el magistrado le condenaría a convertirse en mi esclavo. Era justo lo que estaba buscando desde que le vi apoyado en una columna, en el foro, comiendo una naranja que había abierto con las dos manos, sin siquiera pelarla. El jugo le lamía las muñecas y luego le recorría el antebrazo; también la garganta hacia el pecho moreno. Yo me quedé mirándole con la boca seca hasta que me nubló el puro deseo. Alcancé después a atisbar cómo su sombra anhelada desaparecía tras un recodo. Corrí, le busqué por las calles y le encontré en las termas, pero se apartaba de mí con miedo, o asco. Si no puedes convencer, vence, me juré a mí mismo. Hoy le espero recostado en el patio sombreado de mi villa, envuelto una túnica fresca perfumada con flor de azahar.

2 comentarios:

  1. Se le podría llamar abuso de posición privilegiada, que no suena bien, pero también se puede calificar de amor lo que aquí sucede, otra cosa es que sea correspondido. Tú convences y vences con este buen relato.
    Un abrazo, Belén

    ResponderEliminar
  2. Y la vida siguió, desde ahí, igual y distinta

    ResponderEliminar