Eterna Roma
El derecho romano, fuente de nuestra civilización, aunque también tenía sus crueles recovecos para los menos poderosos, que quedaban expuestos al capricho de quien les denunciara.
MÍO
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Foto propia |
Le denuncié por robo.
Bien sabía yo que no podría ofrecerme restitución, que el magistrado le condenaría
a convertirse en mi esclavo. Era justo lo que estaba buscando desde que le vi
apoyado en una columna, en el foro, comiendo una naranja que había abierto con
las dos manos, sin siquiera pelarla. El jugo le lamía las muñecas y luego le
recorría el antebrazo; también la garganta hacia el pecho moreno. Yo me quedé
mirándole con la boca seca hasta que me nubló el puro deseo. Alcancé después a atisbar
cómo su sombra anhelada desaparecía tras un recodo. Corrí, le busqué por las
calles y le encontré en las termas, pero se apartaba de mí con miedo, o asco.
Si no puedes convencer, vence, me juré a mí mismo. Hoy le espero recostado en
el patio sombreado de mi villa, envuelto una túnica fresca perfumada con flor
de azahar.
Se le podría llamar abuso de posición privilegiada, que no suena bien, pero también se puede calificar de amor lo que aquí sucede, otra cosa es que sea correspondido. Tú convences y vences con este buen relato.
ResponderEliminarUn abrazo, Belén
Y la vida siguió, desde ahí, igual y distinta
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