Para participar este mes de febrero en el Concurso de Microrrelatos sobre Abogados, he derribado otro mito de nuestros cuentos infantiles. Siempre me pregunté cómo podía atragantarse Blancanieves con una simple manzana y cómo lograba resucitarla el Príncipe. Ahora ya voy entendiendo muchas cosas.
COLORÍN COLORADO
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Foto de Daniel Lobo |
Recién
despierta del dulce sueño de la metadona –ni los
niños se creen ya lo de la manzana envenenada y no me llamo Blancanieves por un
capricho del santoral–, veo siete hombrecillos llorosos. Para evitarme los
reproches de mi abogado les pido testimonio de
mi inocencia, con tan mala suerte que me dirijo a Mudito. Gruñón acepta en
nombre del grupito, pero a cambio tendré que limpiar la casa y hacerles la
comida. Eso era todo lo que el futuro me deparaba:
ser la chacha de unos mineros jubilados. Un buen día, mi madrastra me contó que
ocultaban diamantes sin declarar a Hacienda y me propuso robarlos, pero cuando
intentaba quedarme a solas con Dormilón me topaba con la suspicaz sonrisita de
Sabio. Fue Tímido el que ideó el plan después de
dedicarme muchas miradas lánguidas; así fue cómo fingimos el decomiso y volamos a Acapulco con el botín.