INCAPAZ DE MATAR
Sin saber por qué, le di un puñetazo. Los soñolientos amanuenses se me quedaron mirando con
ojos bizcos. Notaba las alas, etéreas y resplandecientes como el pergamino que
estaba miniando, adheridas al canto de la mano, pero el cuerpo negro del
insecto rodaba engarabitado sobre el códice y lo plagaba de faltas de ortografía.
Intenté expulsarlo de un soplido, pero se cobijaba entre los arabescos zumbando
de manera lastimera. Vi al prior aproximarse a mi escritorio blandiendo una
regla y me estremecí. No pude sino pronunciar una plegaria y separar la cabeza
del tronco con la uña del pulgar. Así me convertí en un asesino.Foto de la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo de la Universidad de Sevilla
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